“Si la escuela no enseña habilidades blandas, probablemente habrá más desigualdad”

27 de Julio de 2015
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Andrea Slachevskly, neuróloga e investigadora del CIAE y de la Facultad de Medicina de la U. de Chile, aborda en esta entrevista el avance de la neurociencia, tema que está resumido en su libro Cerebro Cotidiano (LOM, 2015), que acaba de lanzar.

Andrea Slachevsky entró a estudiar Medicina pensando en ser salubrista y terminó siendo neuróloga, columnista e investigadora en neurociencia cognitiva. Sus investigaciones sobre el Alzheimer, las bases cerebrales del comportamiento y las funciones ejecutivas le han valido el reconocimiento de sus pares y del público en general.

Sus impresiones las recogió en el libro Cerebro Cotidiano (LOM, 2015), en el que, a través de una recopilación de sus columnas publicadas en revista Qué Pasa, analiza la cotidianidad desde el punto de vista de las neurociencias.

Para Slachevsky, quien desarrolla su investigación desde los ámbitos clínico, de investigación y académico, el auge de las neuroimágenes desde inicios de los 90 ha cambiado el estudio del cerebro y ampliado sus horizontes. “Antes uno estudiaba el cerebro con experimentos y la mirada era clínica y fenomenológica, con inferencias de relación cerebro – comportamiento. Pero los  métodos eran bastantes gruesos y uno no podía saber muy bien qué pasaba en el cerebro. Las neuroimágenes han permitido que uno se meta dentro de él y vea el cerebro funcionando en vivo. El cerebro dejó de ser una caja negra”, dice.

-¿Qué lecciones o mitos se derrumbaron con esa tecnología?

-Algo que se intuía, pero que se comprobó es que el cerebro trabaja en red. Antes sus zonas se veían como áreas separadas. Hoy sabemos que entender la dinámica cerebral es ver cómo se conectan ciertas áreas cerebrales, es el diálogo entre diferentes neuronas o regiones cerebrales.

-¿A qué se aplica eso?

-A todo. Por ejemplo: se sabe que cuando uno toma conciencia de algo, se produce una especie de disparo y se encienden regiones de una amplia red cerebrales, incluyendo áreas parietales y frontales. También se ha logrado entender mejor cómo sucede el control cognitivo, es decir, cómo uno puede tener un comportamiento dirigido a un objetivo. Además, una combinación de estudios de observación de pacientes y de neuroimágenes, ha permitido comprender  la relación entre razón y las emociones. En todas las decisiones hay componentes emocionales. La racionalidad pura existe quizás cuando uno está resolviendo un problema matemático, pero en las decisiones relacionadas con el diario vivir no existe la racionalidad pura. En general, ha ido cambiando nuestra mirada sobre la capacidad plástica del cerebro: antes lo veíamos como fijo y predeterminado. Ahora sabemos que se está moldeando siempre por la experiencia.

-Usted señala en su libro que somos seres sociales. ¿Cómo es eso?

-Se acuñó el término cerebro social para hacer énfasis en que hay determinadas áreas o funciones que están más relacionadas con el comportamiento social. Por ejemplo, hay estudios que demuestran que el individuo obtiene recompensa con actos altruistas. Es decir, que cuando una persona da al otro, se activan zonas de recompensa del cerebro que le hacen sentir bien. Además, está demostrado que una persona siente el dolor del otro y puede vibrar con el otro.

-¿Y el individualismo?

-Vivimos con esos dos polos, pero estudios en primates demuestran que no somos tan individualistas como la sociedad nos impulsa a ser, que tenemos más tendencia a ser sociales. Ahora, se puede enseñar a los niños a ser más o menos sociales, eso es algo modificable en función de la experiencia de vida.

-¿Qué ha aportado el desarrollo de la neurociencia a la educación?

-Los estudios neurocientíficos demuestran que el aprendizaje de habilidades blandas, es decir, el control cognitivo, la flexibilidad, y la empatía, son fundamentales. Es decir, la educación no se puede concebir sólo para aprender materias duras.

-¿Qué pasa cuando la escuela solo se concentra en conocimientos?

-Probablemente haya más desigualdad. Según estudios, habilidades como el control cognitivo y la autorregulación estarían más desarrolladas en niños con mejores condiciones socioeconómicas por el tipo de estructura de hogares de los que provienen. Entonces, la  escuela puede ser un elemento para incorporar esas habilidades y ayudar a disminuir las brechas. La poca capacidad de autorregularse influye en todo: en la capacidad de lograr objetivos, de inhibirse, de perseverar. Por el contrario, una buena autorregulación, está asociada a mejor rendimiento académico.

- ¿Qué evidencia ha arrojado el trabajo que usted realiza en el CIAE?

-Entre las funciones ejecutivas figuran el ser flexible, priorizar, seleccionar información necesaria, contextualizar.  Ciertas enfermedades siquiátricas o secuelas de traumatismos están asociadas a una pérdida de estas funciones. Con el equipo del CIAE, estamos tratando de avanzar en la dificultad de evaluar a personas con trastornos leves de la función ejecutiva, ya que los test en uso son poco sensibles para las personas que tienen dificultad en la vida cotidiana, pero tan leve, que en una situación de test responden bien.

-¿Y en qué consiste el trabajo en el CIAE?

- En colaboración con investigadores de las U. de Cambridge y Edimburgo, postulamos a un FONDAP y a Fondos Newton-Picard,  para desarrollar una herramienta, con técnicas de videojuego, que permita diagnosticar a gente con déficit leve en esa área. Como ya explicamos, la capacidad de autorregulación ejecutiva tiene un rol fundamental en el rendimiento. Entonces, una herramienta que fuera más sensible para diagnosticar a personas con déficit leve en esa habilidad podría usarse para evaluar a niños y ayudar a seleccionar niños que requieren mejorar la capacidad de autoregulación del comportamiento.


Fuente: Elizabeth Simonsen - Comunicaciones CIAE

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