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“En la Ciencia Juvenil Participativa, posicionamos a los jóvenes para que usen la ciencia para cambiar el mundo”

miércoles, 9 de mayo de 2018
Entrevista al académico de la Universidad de Illinois, Daniel Morales-Doyle; y a la profesora de ciencias Alejandra Frausto, quienes dirigen varios proyectos bajo el enfoque de un currículo de ciencias centrado en la justicia social.
“En la Ciencia Juvenil Participativa, posicionamos a los jóvenes para que usen la ciencia para cambiar el mundo”

Ciencia Juvenil Participativa (Youth Participatory Science) es el concepto que han acuñado Daniel Morales-Doyle, académico de la Universidad de Illinois, Chicago, y Alejandra Frausto,  docente de ciencias de una escuela pública de la misma ciudad, para referirse a una nueva visión en la enseñanza de las ciencias. Una pedagogía que hace partícipes a los jóvenes desde la concepción y formulación de los proyectos, la recolección de datos y su diseminación. Y que, de paso, se hace cargo de la supuesta apatía juvenil en este tema. 

Ambos estuvieron en Chile, invitados para participar del “Seminario de Investigación Educativa en Ciencias y Matemática: Pedagogía Crítica y Transformadora”, organizado por el CIAE en el marco del proyecto CONICYT-REDES 150100. Daniel es profesor asistente en educación científica de la Universidad de Illinois y coordina y enseña en el programa doctoral de ese plantel sobre matemáticas y ciencias. Y Alejandra es profesora de ciencias de sexto grado en la Escuela Pública de Chicago y líder del proyecto “Cebolla Envenenada”, que presentó en el seminario. Ambos conversaron con el CIAE sobre su enfoque en ciencias. 

-¿Cómo se explica que surjan movimientos como los anti-vacunas y que éstos tengan tanta repercusión en las nuevas generaciones? ¿Su surgimiento es responsabilidad de la educación científica que ha fallado?

Es el resultado de la desconexión de la ciencia con la gente. Especialmente en comunidades marginalizadas que han sido usadas como conejillos de indias, la gente tiene buenas razones para desconfiar de los científicos. En EE.UU., la ciencia médica ha explotado a gente marginalizada. Claros ejemplos de ello son el experimento Tuskegee (N. de la R.: un estudio clínico realizado en la ciudad de ese nombre en el estado de Alabama, en el que se estudió la evolución de la sífilis sin tratamiento en analfabetos afroamericanos) y los estudios clínicos en Puerto Rico para la píldora anticonceptiva. Los científicos no rinden cuentas a la gente, sino a quienes los financian, que cada vez más son corporaciones que priorizan las ganancias. Nuestra creencia es que si la ciencia quiere ganar confianza entre la gente, debe cambiar la manera en la que está pensada, ser menos elitista y más democrática. A esto nos referimos cuando hablamos de Ciencia Juvenil Participativa (Youth Participatory Science). 

-¿Y cómo definirían Ciencia Juvenil Participativa?

Para nosotros la ciencia es investigación acción participativa: es colocar a los jóvenes como transformadores de la ciencia, desde el diseño del problema hasta la diseminación de sus resultados. Un enfoque a la educación científica desde la justicia social parte definiendo un tema a investigar: “un tema científico de justicia social”, que no es otra cosa que un problema que emerge de escuchar a los estudiantes, sus familias y comunidades y a partir de ahí encontrar intersecciones con la ciencia que enseñamos en las aulas. 

-¿Y eso permite a los jóvenes entusiasmarse por la ciencia?

Cuando los profesores se quejan de que sus estudiantes no están motivados o cuando los investigadores estudian el problema de la motivación, siempre se cree que el problema está en los estudiantes. Pero nosotros creemos que no hay nada malo con los estudiantes, que es el currículo el que no vale la pena.

-¿Cómo sería un currículo en ciencia, centrado en la justicia social?

Ese currículo emerge de temas científicos que son importantes para la comunidad local y  contextualiza esos temas con un amplio concepto sociopolítico. Por ejemplo, parte de nuestro currículo ha surgido de encuentros con comunidades locales. Ellos nos contaron sobre su campaña de justicia ambiental y nosotros pensamos en cómo intersectarla con lo que enseñamos en ciencia. Hay una tendencia de mirar la educación científica a través de un currículo basado en fenómenos. Sin embargo, un currículo basado en la justicia social rechaza la noción de que los fenómenos científicos son aislados de su contexto sociopolítico. Rechaza lo que Megan Bang llama la división natural-cultural que existe en el pensamiento occidental. O como dice Freire, la biología, como el estudio de la vida, no puede estar desconectada del hecho de que la vida es diferente para la gente de escasos recursos que para la gente rica. Este currículo posiciona a la ciencia como una dentro de muchas maneras de comprender el mundo, no como la forma universal ni como la mejor forma de comprenderlo. 

-¿Y cómo son las evaluaciones en ese currículo?

En un currículo centrado en lo social, las evaluaciones deben ser auténticas. El cómo preguntamos a los estudiantes que muestren lo que saben debe tener un propósito en el mundo. La audiencia para los estudiantes debe extenderse más allá de los profesores. Por ejemplo, los estudiantes presentan lo que aprendieron sobre el medioambiente local a la comunidad o comparten lo que aprendieron con sus pares más jóvenes escribiendo libros para niños. Este tipo de aprendizaje no puede estar contenido dentro de las paredes de las clases o medido en un test estandarizado.

-Ustedes hablan de que la educación científica puede cambiar estructuras de dominancia como la supremacía blanca. ¿De qué manera?

Para ser un catalizador del cambio social, la inequidad en la educación científica debe ser entendida como un componente de estas grandes fuerzas opresoras. En la Ciencia Juvenil Participativa, posicionamos a los jóvenes como intelectuales transformadores, que son capaces de usar la ciencia para cambiar el mundo. Por ejemplo, ellos pueden usar las herramientas científicas para comprender problemas de racismo medioambiental en sus comunidades. Pero, además de usar la ciencia como herramienta, ellos también pueden cambiar la misma ciencia. La empresa de la ciencia necesita practicar, no sólo inclusión, sino la humildad, para reconocer que la ciencia es una de muchas maneras de entender el mundo. Esto no disminuye el poder de la ciencia de producir conocimiento, sino que reconoce sus puntos ciegos a través de su solidez.

Autor

Elizabeth Simonsen

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