Desde hace más de 10 años el porcentaje de mujeres en la matrícula universitaria de primer año supera el 50%. Sin embargo, las mujeres estudian mayoritariamente carreras de la salud (en ellas, el 73% de la matrícula son mujeres), de educación (72% de la matrícula) y de ciencias sociales y humanidades (61%). ¿Por qué ocurre esto? En parte debido a que las mujeres “huimos” de las matemáticas. En efecto, hay una clara brecha de género en contra de las mujeres en la PSU de matemáticas, la que se acrecienta significativamente en los puntajes altos de esta prueba. La explicación reside, en gran medida, en los estereotipos de género en relación a las matemáticas, que se dan en el hogar y la escuela.
En los hogares hay una transferencia de expectativas de rol desde madres a hijas y los padres tienden a entregar estímulos diferenciados por género en los primeros años de vida, por ejemplo, a través del tipo de juegos y juguetes. Esto se manifiesta luego en las expectativas de carreras que esperan estudien sus hijos. Los padres de solo un 17% de las niñas, versus un 50% de los niños, esperaban que sus hijos siguieran carreras de ciencias, tecnología, ingeniería o matemáticas, de acuerdo a información que recoge la prueba PISA.
Asimismo, en el sistema escolar se observan estereotipos presentes a edades tempranas, que generan en las niñas ansiedad y falta de autoconfianza en matemáticas. Hay estudios sobre Chile que muestran sesgos en las expectativas de los futuros docentes respecto de la capacidad de las niñas para aprender matemáticas, sesgos en contra de las niñas en las interacciones profesor-alumno/a en el aula, y un efecto significativo y positivo para las niñas de tener una profesora de matemáticas, debido a la importancia del modelo de roles.
La educación sexista produce una discriminación de las mujeres en razón de la asignación de actitudes, prácticas y capacidades que se plantean como naturales a su condición biológica. Ello redunda en que las mujeres acceden a carreras con menor empleabilidad e ingresos futuros, explicando, en parte, las brechas salariales de género. Cambiar esto no sólo beneficia a las mujeres, sino a toda la sociedad. Los estereotipos de género hacen que se pierdan talentos femeninos en determinadas profesiones y ocupaciones; la capacidad de plantearse preguntas y encontrar respuestas se ve fortalecida en ambientes más diversos.
También es trascendental una mayor participación en el mundo científico, en política y en altos cargos en las empresas, ya que los roles ejercen un efecto relevante sobre niños y niñas. De hecho, estudios muestran una alta correlación entre las brechas de género en resultados de la prueba de matemáticas de PISA y el nivel de equidad de género en la sociedad. Sociedades más equitativas no tienen brechas de género en matemáticas y en algunas la brecha es en favor de las mujeres.
Una forma de romper con esto y lograr una distribución más equitativa del poder entre hombres y mujeres son las cuotas. Algunos ejemplos con resultados positivos: gracias a la medida de tener al menos un 40% de mujeres en los directorios de empresas públicas, en 2017 el porcentaje de mujeres en directorios de las 22 empresas agrupadas por el Sistema de Empresas Públicas alcanzó un 42%. La ley de cuotas, que obligó a las coaliciones políticas a no superar el 60% de candidatos de cualquier género, cuadriplicó el número de candidatas mujeres respecto del año 2013 y más mujeres llegaron a la Cámara de Diputados y al Senado. La Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile aumentó de un 19% a un 32% las mujeres en primer año de Ingeniería en el lapso de 5 años, gracias a ofrecer vacantes extraordinarias para las primeras 40 mujeres que estén bajo el puntaje de corte de la admisión regular.
Las cuotas son importantes para romper la inercia, al haber más mujeres en espacios que se han naturalizado como masculinos hace que las cosas evolucionen, tener más mujeres cambia la dinámica y esto permite que se abran nuevos espacios.