Columna de:
Profesor Asistente Instituto de Ciencias de la Educación Universidad de O'Higgins / Investigador asociado CIAE Universidad de Chile.
Profesora Asistente, Instituto de Ciencias de la Educación Universidad de O'Higgins / Investigadora asociada CIAE Universidad de Chile.

Desde sus inicios, la educación parvularia ha reconocido y relevado al juego como una actividad fundamental en la infancia, que permite a niños y niñas perseguir sus metas a través de la curiosidad, la experimentación y el goce. Es así como el juego se relaciona directamente con vivencias que se transforman en aprendizajes reales y significativos y que son cruciales para la felicidad en la infancia, e incluso, para toda la vida. El juego es, en efecto, una actividad clave para todo ser humano en sus distintas etapas evolutivas.
Al finalizar el año 2024, en el que se conmemoran los 160 años de Educación Parvularia pública en Chile, vale la pena preguntarse por la situación actual del juego, uno de sus principios fundadores. Estudios recientes, tanto nacionales como internacionales, muestran una realidad poco alentadora: desde el primer nivel de transición, niños y niñas ya casi no juegan en la escuela. Las educadoras reconocen estar o muy presionadas por exigencias academicistas (preparar para primero básico) o relativamente carentes de herramientas, tanto teóricas para defender el potencial de aprendizaje del juego, como prácticas para plasmarlo en iniciativas concretas. Sin embargo, con igual fuerza hay estudios que muestran la relevancia de volver a poner el foco en la naturaleza libre del juego, ya que es ahí donde está su real potencial para acompañar los procesos de aprendizaje en esta etapa.
Volver a conectarnos, desde la educación inicial, con la importancia del juego, supone volver a considerar las posibilidades de niños y niñas para ser ciudadanos, ejercer su libertad de elección y resistirse, incluso, a jugar cuando no quieran hacerlo. El gran desafío está en no sucumbir ante la exigencia de resultados y de certezas, cuando en el juego, que tiene mucho de incierto, lo que de verdad importa es el proceso. Un proceso en el que el fracaso y el error tienen plena cabida y en el que el respeto por la decisión infantil implica que el adulto reconozca al niño como agente y sujeto de derechos, posicionándose como un compañero de juego en vez de un director de este, ya que los directores de sus juegos son los niños y las niñas.
Es por esto que los espacios educativos, si bien deben tener una estructura, deben planificarse y pensarse para los niños y las niñas. Los adultos debemos pensar fuera de esta estructura para responder a los reales intereses de ellos y ellas, comprendiendo que las posibilidades de juego son mucho más amplias que el curriculum. Es en el juego donde nacen y se persiguen objetivos que son parte de los procesos de aprendizaje (y no al revés), siendo esta la clave para pensar espacios educativos que apoyen los caminos de la infancia. Así, a 160 años de Educación Parvularia Pública en Chile nos parece esencial reposicionar al juego en el centro de las prácticas educativas desde una mirada que ponga a niños y niñas como los verdaderos expertos y expertas de esta actividad.